Las palabras y el silencio

Podrían desaparecer ya mismo todas sus pinturas y alcanzaría con mirar a los ojos a Daniel Pérez Acosta, inundar nuestra percepción con un silencio cálido y esperar sin ansiedad a que aparezcan las palabras que deban ser dichas en ese encuentro. Será entonces en ese contacto de seres que pueden compartir relatos sobre sus vidas, a partir de lo que saben de su pasado y de lo que sienten sobre su presente, donde tendremos una dosis esencial de su arte. Porque hay en Pérez Acosta un don de coherencia existencial que hace de su trabajo estético una expresión genuina de las grandes preguntas que su ser le dicta desde niño para establecer y reafirmar diariamente un contacto directo y gozoso con el núcleo de la vida. Claro que es posible hablar de muchos aspectos de su estilo, tanto como indagar en los múltiples sentidos que pueden ir adquiriendo sus símbolos más frecuentes, pero es indispensable afirmar que lo más apasionante de sus acciones creativas es la unidad absoluta que hay con búsquedas internas que se manifiestan en un disfrute de la oralidad que proviene de la matriz afroamericana en la que nació. En ese sentido, la escucha atenta a las narraciones de su infancia en la localidad uruguaya de San José nos puede dar una pista para percibir una fuerza magnética que habita en sus imágenes. Porque la magia de sus simbologías más entrañables, desde esas mujeres y hombres de cuerpos voluminosos a sus arlequines o las prostitutas que retrataba en su niñez, está en un poder de imantar la mirada con un efecto inmediato de aquietar los pensamientos. Y hacer que, en ese trance suave que nos regalan, se conviertan en llaves sabrosas, inquietantes, afectivas, para expandir en quien las observa con total entrega un estado de conciencia que ve nuestro pasaje por este mundo como una gran oportunidad de celebrar la belleza y el misterio de estar vivos .

                Diego Oscar Ramos 

                periodista y escritor